sábado, 25 de junio de 2011

"BIENVENIDOS A METRO-CENTER", de James Ballard o La sociedad de consumo y cómo consumir la sociedad


La última novela de ciencia-ficción de James Ballard se llama en castellano "Bienvenidos a Metro-Center" y en inglés "Kingdom Come" (Venga (a nos) Tu Reino). Como siempre, lo criticaron, inclusive sus colegas de la ciencia-ficción. Que los personajes son demasiado esquemáticos, que no están bien construídos, que la trama es un poco lineal. A Ballard nunca le importó la crítica y esta última vez, tampoco. Porque esta novela cierra un ciclo atroz, dedicado a la sociedad de consumo que había empezado con "Noches de cocaína" y siguió con "Super-Cannes" y "Milenio negro", que anticipó los atentados terroristas del siglo XXI.
En  "Bienvenidos...", Ballard muestra a una sociedad manejada por el consumismo, que regula las vidas de todos y alimenta los deseos de una comunidad aburrida y desesperada por algo nuevo a cualquier costo. Y el omnipresente canal de televisión Metro-Center se encarga de generar "entretenimiento" al minuto con motines callejeros, comunidades de inmigrantes atacadas por fanáticos racistas, partidos de fútbol convertidos en rallies políticos. El protagonista de la obra, un publicista sin trabajo y rebelde declarado, descubre que la muerte accidental de su padre en un shopping no tiene nada de accidental. La historia refleja una inquietante imagen de la vida en los suburbios de clase media y revela las fuerzas oscuras que operan debajo del brillo del consumismo l patrioterismo barato.
En los últimos años de su vida, Ballard se convirtió en el cronista del malestar de las sociedades occidentales contemporáneas. Cito dos frases de Ballard en esta novela: «El consumismo crea enormes necesidades inconscientes que sólo el fascismo puede satisfacer» y  «El consumismo es honrado y nos enseña que todo lo bueno tiene un código de barras». Aparentemente contrapuestas, resumen la filosofía pública (la última) y oculta (la primera) del consumismo.
                                                                      James G. Ballard
Ahora bien, qué es el consumismo? Según el diccionario de la RAE, es la tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes no siempre necesarios. Pero también es el sistema político y económico que promueve la adquisición competitiva de riqueza como signo de status y prestigio dentro de un grupo social. ¿Está mal? Porque nada es bueno o malo en sí mismo. Entonces, el consumismo es bueno en tanto alienta la producción de bienes y servicios, ¿no?, que generan fuentes de trabajo, industrialización, especialización y demás. Pero cuando la gente no se contenta con vivir de acuerdo con lo que gana sino que pretende alcanzar siemp más, para lo cual comienza a endeudarse sistemáticamente (y hablo de hipotecas, préstamos personales, tarjetas de compra y crédito y demás formas de vivir de prestado), necesita mantener su puesto de trabajo, por otro lado cada vez más escaso, para poder solventar sus compromisos económicos. Hoy hay sociedades en las que el pago de contado dejó de existir o te convierte en sospechoso de ser mafioso.
El consumo de masas no siempre fue como ahora, enorme y exacerbado. En el siglo XIX, por ejemplo, un trabajador norteamericano medio se contentaba con ganar un salario que le permitiese vivir con dignidad y pagar algunos pequeños lujos básicos. Era preferible tener más tiempo de ocio que una jornada de trabajo más larga a cambio de un sueldo más alto. Entonces, ¿cómo se produjo el fenómeno?
El consumismo nació en el siglo XX, gracias a teorías económicas como el taylorismo y el fordismo, que propiciaron la producción de bienes en forma masiva (o sea: fábricas enormes con enormes producciones). Cuando resultó que era más fácil fabricar bienes que venderlos, los empresarios en general volcaron sus esfuerzos a la publicidad: avisos, campañas de marketing, venta en cuotas y demás estrategias que favorecían el consumo de toda esa cantidad enormes de bienes que producían con facilidad gracias a la invención de la línea de montaje. El marketing se convirtió en objetivo, mucho más que el producto. Y alrededor del marketing, nació la industria del packaging (en buen castellano, del envase monono y vendedor, de lindos colores), la industria del aviso publicitario para cine, TV, radio e Internet y ahora , para telefonía celular; la industria virtual del marketing directo ("Hola, qué tal, lo llamo desde Mongolito Inc para avisarle que Ud. ha sido seleccionado como ganador de una estadía en las Islas Seychelles all inclusive,para lo cual le ofrecemos comprar el pasaje con nosotros en 40 cuotas sin interés")
Durante unos cuarenta años, el planeta se subió alegremente a la línea de montaje y produjo bienes y servicios cada vez más rápido, cada vez más grandes, cada vez más "necesarios para la vida diaria" según la publicidad. Y lo viejo no servía, no se reciclaba. Había que desprenderse de lo usado para poder comprar lo nuevo, que sería nuevo por un lapso cada vez más corto. Prueba de esto son las computadoras personales: acabás de comprarte el último modelo con 100 Giga de memoria RAM, un procesador InteliTeli Super molecutrónico de última generación y con monitor extrachato-galletita de agua y cuando saliste del negocito en donde te la compraste, ya es obsoleta. Lo mismo que el teléfono celular, el auto o la cuatro por cuatro, el televisor que fue color, extrachato, plasma, LCD, HD, LED, y dentro de poco llegarán los virtuales y habrá que tirar todo a la basura. O la heladera con televisor en la puerta (yo quiero una!), bar, dispenser de hielo y mayordomo. La "Tercera Revolución Industrial" que se dio en los años '70 de la microelectrónica, el automatismo y la informática, posible gracias a la robotización, las computadoras y los medios de comunicación, nos trajo en andas hasta esta segunda década del siglo XXI (¿se dieron cuenta de eso?) sin que nos diéramos cuenta.
Y mientras tanto, la publicidad nos siguió vendiendo. Sólo que ahora no apelan a la necesidad más o menos real que se pueda tener de un producto determinado, una heladera con freezer, por ejemplo, SINO A LA CONDICION SOCIAL O STATUS AL QUE SE ACCEDE AL ADQUIRIR ESE PRODUCTO EN PARTICULAR Y NO OTRO. Y digo "heladeras" cuando digo "zapatillas", "auto deportivo", "propiedad en un barrio cerrado exclusivo" o "el último tratamiento de Botox y  lipoescultura para dejarte divina!". El ciudadano común es invitado constantemente a emular al rico. Está de moda ser "chic" y tener "lo último" y si no lo tenés, no pertenecés. Pero encima corrés el riesgo de ser excluido. Y nadie quiere ser excluido. Entonces, si no lo puedo tener porque no lo puedo pagar, lo robo. ¿Inmoral? Por supuesto. Pero desgraciadamente, es la cultura que estamos transmitiendo y que todos los días vemos reflejada en las calles. El que no tiene, puede robar para alcanzarlo. Porque la sociedad de consumo lo considerará entre sus huestes si viste tal marca de ropa o reloj, si viaja en tal vehículo,   usa tal teléfono celular o cumple con ciertos cánones de belleza.
Pero esto no es todo: el consumismo genera una cantidad enorme de desperdicios, entre lo que se tira para cambiar por lo nuevo, más lo que genera el consumo excesivo de alimentos, ropa y bienes de uso en general, y además genera una enorme cantidad de población activa que trabaja en sectores dedicados a la reducción del tiempo de trabajo: las industrias y servicios del ocio y culturales. Así, en la sociedad de consumo el tiempo se consume. Como se consumen los bienes. O las personas: se consumen hombres y mujeres jóvenes, hermosos, deportistas exitosos, mannequins, modernos, a la moda, famosos. Y eso condiciona a la sociedad, imponiéndole modelos que no siempre son los deseables. Y mientras tanto, las miserias humanas diarias continúan en aumento, a pesar del enorme gasto publicitario de las empresas para convencernos de que si compramos tal o cual producto o servicio, nuestra vida será maravillosa y siempre querremos más de lo mismo. 
Más sobre J.G.Ballard: Ballardian; En qué creo (artículo publicado en Revista Artefacto)

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