sábado, 25 de junio de 2011

"CYTEEN" de C.J.Cherryh o ¿el camino a la inmortalidad?


Los autores de ciencia ficción más de una vez han tratado el tema de la clonación. Arthur Clarke, en su obra ""Regreso a Titán" de 1975, menciona a la clonación como la forma de repetirse a sí mismo, al menos desde el punto de vista genético. Frank Herbert en la saga de "Duna" presenta a una civilización se se clona a sí misma para transmitirse los conocimientos secretos. Caroline J.Cherryh, otro monstruito sagrado de la sci-fi, en su obra maestra "Cyteen" de 1988, propone un paso más adelante en la clonación: la reproducción por diseño y la clonación más psicogénesis. ¿De qué hablo, me preguntarán ustedes? No es la psicogénesis que empleó el Ministerio de Educación para que los chicos intuyeran la ortografía y dedujeran qué va con b larga, v corta, s, c o z, q o k. No señor. Además, esa les salió mal y tuvieron que dar marcha atrás, pero eso es para otro domingo. Hoy hablamos de otra cosa. La psicogénesis de Cherryh hace referencia a la crianza y educación de un clon, en las mismas condiciones de vida que tuvo el humano original clonado.
 
                                                                 Caroline J. CHerryh
Todo esto, ¿para qué? Para alcanzar la vida eterna. O por lo menos, la juventud eterna. Desde lo profundo de la Historia es el deseo primero y último, el que empuja a los hombres a la hazaña. Gilgamesh fue en busca de los mismos dioses para robarles el secreto de la inmortalidad. Fausto vendió su alma a cambio de juventud. Más de tres mil años separan al gran poeta anónimo del gran Goethe, pero el conflicto es el mismo: perdurar, a cualquier costo.. Por supuesto, la inmortalidad ya estaba más o menos prevista. "Creced y multiplicaos", "el llamado de la especie" y demás que nos hacen transmitir nuestra carga genética de generación en generación. Pero al humano no le basta con asegurar la continuidad de la especie: pretende la continuidad del individuo. Se anhela la eternidad de la carne. La materia ante todo.
Tan atractivo resulta ese estilo de inmortalidad que empujó a la ciencia a arrasar con sus propias fronteras. Así, lo que en una época fue literatura de ciencia-ficción, Crick y Watson demostraron que era nada más que química;  Wilmut y Campbell dieron un paso más adelante y consiguieron replicar exactamente a Dolly desde el primer hasta el último nucleótido mediante lo que conocemos como clonación (del griego "klon": retoño). ¿Un pie en el umbral de la eternidad? Casi. Dejando de lado los molestos pruritos éticos y morales, podríamos arriesgarnos a decir que la eternización de los seres humanos está al alcance de la mano. Por lo menos, en su constitución genética o genotipo y su aspecto exterior o fenotipo. Conociendo a la especie, podemos asegurar que vamos por el buen (?) camino: hemos logrado fotocopiarnos.  
Sólo que el fascsímil no basta. Es nada más que una "réplica parental", según la definición de C.J.Cherryh, que retoma ese anhelo antiquísimo y lo lleva a un futuro — altamente probable, lo admito— en el que la ciencia ya logró prolongar la vida humana — la inmortalidad de los irracionales no nos preocupa por el momento —. Da un paso más y propone la reproducción exacta de un ser vivo. No nada más que un clon, porque en definitiva, el clon no es otra cosa que una copia física, precisa hasta las moléculas. Para "ser" y "permanecer" se debe reproducir también la mente.  ¿Se puede clonar la mente? Se puede intentar. El programa no es sencillo ni económico. Deben reproducirse con precisión todos y cada uno de los instantes de la vida del "original", hasta los detalles nimios de un resfrío o una madre castradora o permisiva. Forzar su ocurrencia, si es necesario, para que la "réplica" se convierta en un nuevo "original", con toda la carga completa de experiencias que lo convierten en su antecesor. No tu padre o madre; ni siquiera un gemelo. Se trata de convertirte en la misma persona, con idénticas ideas, sentimientos, vicios y virtudes. Literalmente, renacer. Hemos atrapado a la eternidad.
Pero, ¿a qué precio? ¿Dónde queda el libre albedrío, si nos vemos obligados a revivir una y otra vez la vida del "original"? ¿Cuándo comienza la vida del nuevo ser, si debe repetir sin lugar a error la de otro a quien sucede? ¿Cómo escapar a esa planificación absoluta? El razonamiento del planificador es impecable y no habría modo de escapar, salvo por un pequeñísimo error. El error de Kant.
Sí, es cierto que nuestra percepción del mundo nos dice cómo es el mundo y que ella es la que genera el tiempo y la condición. No sabemos si somos la mariposa que soñó ser un hombre o el hombre que soñó que era mariposa, porque nuestros sentidos podrían estar engañándonos eternamente y nosotros no comprenderlo jamás. Pero hay algo respecto de lo cual es imposible engañarnos: nosotros mismos. Tenemos la experiencia directa, que no depende de nuestra percepción del exterior. Esa percepción sin intermediarios en la que en definitiva, dicta cómo somos, qué hacemos y cómo reaccionamos ante los estímulos que provienen de esa realidad individual que nos da nuestra percepción consciente. Se le escapó a Kant, lo pensó Schopenhauer, lo confirmó Freud. Ese es el defecto que hará que la "réplica" sea, finalmente, distinta al "original". Que no respete sus deseos; que tenga nuevas ideas, diferentes, opuestas. Que, incluso, posea una moral y una comprensión de los hechos completamente diversas a las de su antecesor.
Esa es la lección de "Cyteen": la eternidad no tiene sentido para los humanos. No lo tiene porque de otro modo no habría evolución. Evolucionamos porque somos imperfectos y mortales. Intentamos mejorarnos con cada paso que da la especie, natural o artificial, pero siempre queremos más, nada más que porque no somos perfectos. La perfección es estasis;  la inmortalidad y la eterna juventud son perfección. La perfección no crea, no avanza, no se reproduce. No necesita de clones. La evolución seguirá valiéndose de herrmientas que ahora quizás nos parezcan inmorales o antiéticas, pero no se cortará los pies a sí misma. Eternizarnos a través de nuestra mente transferida a una carne renovada no es la solución. Parece tentador pero la lección puede ser terrible porque, ¿quién quiere repetir eternamente sus errores?
¿Demasiada filosofía para un libro de ciencia-ficción? Es que la ciencia-ficción es hija dilecta de la filosofía, porque nadie es tan osado como para responder a la pregunta por las causas primeras con el futuro, en lugar del pasado.



Mónica Sacco

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