sábado, 25 de junio de 2011

"PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO", de Francisco de Quevedo o... más de lo mismo



Una muy buena definición de don Francisco de Quevedo y Villegas, que definía al dinero como que "rompe recatos y ablanda al juez más severo" , además de nunca haber visto "damas ingratas a su gusto y afición, que a las caras de un doblón, hacen sus caras baratas". Que Quevedo era un buen juez de los hombres, no hay duda. De que se pasó la vida debiendo plata, tampoco.
Decía Ann Radcliffe, escritora y novelista:  "Qué extraño es que el mundo deba tratar con más respeto a un tonto o un bribón con dinero que a un buen hombre o un sabio pobres".
Benjamín Franklin: "De aquél que opina que el dinero puede hacerlo todo, se puede sospechar que hará todo por dinero"
Cicerón: "El dinero interminable es lo que da fuerza y poder a la guerra"
Henry Mencken (editor norteamiericano) :"El principal valor del dinero reside en que vivimos en un mundo en el que el dinero está sobreestimado"
Thomas Jefferson pensaba que “El dinero, y no la moral, es la ley del comercio y las naciones comerciales”. La tenía clara, don Tomás.
 Creo que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos en armas” Acá se ve  claramente que no le tenía confianza a los bancos.

 “Nunca gastes tu dinero antes de tenerlo”. Parece que esta parte del discurso de Jefferson no la escuchó nadie, porque cada vez hay más gente viviendo a crédito, con tarjetas, con hipotecas, con prendas y préstamos.  
 Que el dinero mueve montañas eso es seguro. Se contrata la suficiente cantidad de topadoras, excavadoras y expertos en dinamitar la geografía, y ahí te moví la montañita o te hice un lindo túnel en los Alpes  o nos mandamos el Camino del Cuadrado, que buena falta hacía, ¿o no? Todo lo puede. Ya lo dijo el filósofo mediático Winograd: billetera mata galán.
                                                       Francisco de Quevedo y Villegas
 En algún momento de la Antigüedad el trueque dejó de ser negocio. Hace mucho tiempo, se era rico por tener una linda piara, una buena vacada, o unos cuantos camellos bien plantados. A  los primeros que se les ocurrió cambiar vacas por oro fue  - cuando no – a egipcios y sumerios, en el tercer milenio antes de Cristo. Al  principio, eran barritas que se pesaban cada vez, para determinar el valor. Después agregaron anillos de oro para complementar o pagar sumas menores. Ya en el 2500 aC, en Ebla, hoy Siria, se usaban corrientemente anillos de plata y oro como medio de pago. Obvio, las joyas pasaron a ser no sólo un adorno, sino moneda portátil. Aún hoy en la India se ven mujeres muy pobres que lucen sus adornos nupciales de oro mientras trabajan en el campo. Claro que al oro o a las monedas hay que guardarlos en lugar seguro porque si no… te los roban. ¿Qué mejor lugar entonces que el más sagrado de todos: el templo? Un edificio bien construído (porque si no los dioses te lo tiran abajo), con paredes gruesas, guardias del templo, cofres del templo y un carácter sagrado que debería desanimar a los ladrones. Lógico, funcionaba hasta que llegaban por ejemplo, los asirios, te saqueban el templo y chau ahorros. Eso le pasó al pueblo de Israel, por ejemplo, en el 486 antes de Cristo. Hay registros babilonios del siglo 18 antes de Cristo, de préstamos hechos por los sacerdotes: oh, la, la! Nacieron los bancos. Aunque todavía falta mucho para que les pongan ese nombre.
Las primeras monedas acuñadas en Occidente lo fueron en Éfeso, Jonia ( en el Asia Menor, hoy Turquía) , en el 650 aC y eran de una aleación natural de oro y plata conocida como “electrum”.  Un siglo más tarde, el famoso rey Cresos de Lidia, acuñó por primera vez monedas de plata y de oro de distinto valor. Y ¡oh coincidencia!, en China, alrededor del 600 ac, los chinos también empezaron a acuñar moneda. Las primeras monedas no eran redondas, sino que reproducían la hoja de una espada o de un puñal y tenían grabados caracteres chinos (¡¡¡no, si iban a ser japoneses!!!) . El famosísimo primer emperador de China, Shi Huan Ti (o ZiGuangDi, como prefieran), fue también primero en acuñar monedas más razonables y redondas, hechas de bronce y con un agujerito cuadrado en el centro, algo que caracterizó a todas las monedas del Lejano Oriente durante casi 2000 años.
Durante mucho tiempo, el metal: oro, plata o bronce, fue el material del dinero. Claro, porque el papel no se había inventado, dirán Uds. Lamento desilusionarlos: el dinero-papel ya existía. Por supuesto, en China,  que para eso inventaron el papel y sorprendieron a Marco Polo con billetes en el 1250: papelitos muy formales, llenos de firmas de gente importantísima y con sellos imperiales. Los falsificadores eran castigados hasta la tercera generación inclusive. O sea, ni se te ocurra.
Pero por Occidente ya había nacido la “banconota”. Aclaro que “banconota” todavía significa “billete” o “papel moneda” en italiano, que fue el lugar en donde nació. Era ni más ni menos que una carta que reconocía a su poseedor el derecho retirar metal precioso (oro o plata) de un orfebre-banquero. Y ya que estamos, la palabra “banco” proviene de la actividad de préstamo de dinero, que se realizaba originalmente al aire libre, en una plaza pública, y los que ofrecían préstamos  tenían sus balanzas y las monedas sobre unas bancas de madera. Cuando un banquero cometía un desfalco o quebraba porque no le habían devuelto los préstamos, los otros le daban vuelta la banca y se la rompían: la bancarrota.
Fortunas enormes se labraron gracias a este sistema, que de paso inventó el cheque, o sea, la promesa de pago a la vista de la notita firmada. Claro que prestar plata tiene sus inconvenientes, sobre todo se se la prestás a alguien más poderoso que vos. Así, muchos banqueros italianos, los “lombardos” o ·florentinos” como se los llamaba en otros países, le prestaron a reyes y señores feudales, con lo que terminaron en bancarrota, o expulsados de los países adonde habían emigrado, declarados “personas non gratas” por el rey, que no quería pagar las deudas o pretendía cobrar impuestos espantosos.
Algo parecido pasó con los Templarios en 1307. Parece que Felipe el Hermoso, rey de Francia, les debía algo más que la camiseta. Intentó toda clase de triquiñuelas, como hacerse también él templario, pero no hubo caso: no le dieron ni la hora. Encima, en la sede de París del Temple se guardaba el tesoro real. Y los Templarios habían sido los banqueros de la Cristiandad antes que los florentinos o los lombardos, porque tenían comanderías y fortalezas en todo el camino desde España hasta Tierra Santa. Conclusión: los Templarios concluyeron por ir en cana en la primera razzia policial de la historia, el viernes 13 de octubre de 1307. Y ya nada fue lo mismo, al menos para los Templarios.
Con los banqueros judíos siempre estaba la excusa de la religión y cuando las deudas crecían demasiado, ahí nomás los expulsaban en nombre de Cristo.  Eso fue lo que hizo Fernando el Católico cuando, endeudado hasta las axilas con los banqueros sefaradíes, tuvo la brillante idea de sugerirle a don Torquemada que le llenara la cabeza a Isabel la Católica con los judíos y los moros. De nuevo, los judíos emprendieron el camino del exilio, pero sin poder cobrarle un maravedí a don Fernando, que era cualquier cosa menos generoso.
Y claro, cuando en las Indias Occidentales encontraron oro, los españoles se convirtieron en potencia mundial. El signo pesos que todos conocemos no es más que el escudo de armas de España, con una cinta con las palabras “Non Plus Ultra” cruzada sobre dos columnas que representan el estrecho de Gibraltar o “las columnas de Hércules” como se las llamó en la Antigüedad clásica. Ya que estamos, “Non plus ultra” significa “·No más allá” (de este lugar) o también “Nada mejor”. Después, cuando Colon llegó a América, cambiaron la leyenda por “Plus ultra”, o sea, “Más allá”.
Y más allá o más acá, depende del lado del Atlántico, vinieron los españoles a llevarse el oro, la plata y demás. Y se lo gastaron todo, todo, haciéndole caso a Cicerón,  en guerras contra los protestantes, contra los herejes, contra los franceses, contra cualquiera que se opusiera al dominio español. Y se quedaron sin nada porque España no invirtió en industria nacional y obra pública y así nacieron los hidalgos con honra y honor pero más inútiles que timbre de bóveda y sin un cobre.
Porque al dinero hay que hacerlo producir para que se reproduzca. Y las economías que se dieron cuenta de eso, prosperaron. Alemania y Francia hicieron lo que pudieron y aunque no tuvieron tanta suerte con sus colonias, no les fue tan mal.  Gran Bretaña pudo ser el imperio que fue gracias a que además de manejar dinero y colonias, generaba industria y comercio y le vendía a todo el mundo sus inodoros, sus ladrillos, sus mates de porcelana, sus casimires y su té producido en Ceilán.  Y precisamente una de sus colonias fue la que sustituyó al León inglés en eso de poseer dinero. El águila norteamericana hoy planea sobre las economías de unos cuantos países, aunque más que águila, se esté empezando a parecer a un buitre. El sistema bancario mundial pasa a preguntar por Washington y después aterriza en Ginebra para cubrir las apariencias. Pero desde hace bastante, la economía mundial tiene un signo dólar grabado encima. Al menos para nosotros, que vivimos al Sur del Sur y no logramos influir en la economía de nadie, ni siquiera en la nuestra.
 La última de Tomasito Jefferson y se las dejo picando: “Si el pueblo americano permite alguna vez que los bancos privados controlen la emisión de su dinero, primero mediante inflación y luego por deflación, los bancos y corporaciones que crecerán de esa forma le quitarán al pueblo su propiedad, hasta que los hijos se despierten sin techo, en el continente que sus padres conquistaron”.
 Mónica Sacco

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